Érase una vez un minúsculo granito de arena que vivía en una playa de una deshabitada isla, en compañía de numerosos hermanos que como él, llevaban una monótona existencia.
Siempre a merced de las olas, de los vientos, que empujándolos de aquí para allá esclavizados los mantenían.
Un día, nuestro granito de arena al ser deslumbrado por el sol, que en estos tiempos descarga toda su potencia, empezó a sentir un deseo y pensando en primera persona, se atrevió a dejarlo salir.
Quería conocer otros lugares además de su ya conocida playa.
¿Habría arenas de otros colores, se decía?
¿Podría alguna vez el viento transportarlo tierra adentro?
¿Podría atravesar el mar…?
Como siempre desde que tenía memoria se encontraba rodeado por la misma arena, llegó a creer que eso era todo.
Esta idea se fue gestando día y noche.
Mecida y acunada al magnífico influjo de las mareas.
Y tanto empeño puso que al final se desplazó.
Se adentró en el mar. Al sentir toda su inmensidad, su fuerza, potencia y grandeza tanto se impresionó que pensó en detenerse, pararse un tiempo para absorber todo lo novedoso del magnífico espectáculo de verse en el mar.
¿Dónde pensáis que fue a parar?
Nada más y nada menos que al interior de una ostra.
Abrigado y en silencio. Calmado y seguro oyendo el sonido que el mar ofrece.
La ostra impresionada e impactada al tener un inquilino en su casa, un ocupante, un extraño para defenderse empezó a elaborar una crema blanquecina, suave rodeando a nuestro granito.
Sintiéndose acorralado, granito en lugar de sentir miedo, como acostumbraba, se rindió, y ostra reconociendo la naturaleza pacifica de Granito en lugar de eliminarlo, lo abrazó, fundiéndose ambos los dos.
Resultado de esta unión, quedó gestada una magnífica perla.
Cuando atreviéndote a salir de tu cotidianeidad en busca de aventuras, espero te detengas en el camino a mirar, y encuentres en la Unión aquello a lo que Abrazar llegando así a generar, como ellos una PERLA.
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